Tenemos dos herramientas para cambiar el sistema político de México: voto y vigilancia. Si no participamos, fallamos los ciudadanos.
“Tenemos buenas leyes, pero nos fallan los políticos” o “qué lástima que nos traicionó fulanito, se veía buena gente”. ¿Te suena? Este es un cliché muy popular y muy falso.
Un sistema que permite abuso de perversos o incapaces no es un buen sistema. El sistema de gobierno de cualquier empresa, institución o país debe tener capacidad de autocorregirse, minimizar los daños y actualizarse para reducir el riesgo.
“Es que así somos los mexicanos”. Falso, todos los seres humanos nos adaptamos al sistema. Si predomina la mentira, el engaño, la corrupción, la violencia o el abuso de poder, es porque el sistema lo está permitiendo o promoviendo. Los incentivos del sistema están mal puestos. Hay que revisar y ajustar al sistema.
La cultura crea sistemas, cierto, pero a la vez, éste crea cultura. Lo primero es muy tardado, lo segundo es más rápido. Si mañana intercambiamos a todos nuestros políticos mexicanos por políticos daneses, mañana los políticos mexicanos en Dinamarca actuarán como políticos daneses y los políticos daneses actuarán, si no mañana, pasado mañana, como políticos mexicanos. El sistema es rey aquí y en Dinamarca.
Para estas fechas, ya nos deben quedar claras varias cosas sobre el sistema.
La economía de mercado, enlazada al mercado internacional, es mucho más fuerte que los delirios, caprichos y ocurrencias del gobernante en turno. El México del TLCAN es vigoroso y atractivo a la inversión extranjera a pesar del mal gobierno, la corrupción y la violencia. Hay mucha resiliencia en tener una economía abierta y competida.
Del otro lado, queda claro que la economía desconectada del resto del mundo es una economía de pobreza. Si queremos más clase media, necesitamos conectar los estados pobres del país con educación de calidad y mercado internacional.
Ningún gobierno crea riqueza, puede ayudar o estorbar, pero no sustituye el poder creativo del mercado. Queda claro que debemos fomentar la competencia económica, el respeto a la propiedad privada y revisar a profundidad si el gobierno está ayudando o estorbando. ¿Esto es necesario, contribuye a algo o a alguien? No, se elimina. ¿Lo debe hacer el gobierno? No, se ciudadaniza. ¿Sólo el gobierno debe hacerlo? Perfecto, entonces, ¿quién lo va a auditar y cómo se va a calificar? Toda actividad de gobierno debe ser cuestionada a profundidad.
La economía de compadres no crea riqueza para todos, por el contrario, crea monopolios artificiales y desigualdad. Es indispensable combatirla en toda su extensión, incluyendo la energía, la educación, la salud, el desarrollo urbano, la infraestructura y todo aquello en donde al gobierno le gusta meter la nariz para crear oportunidades artificiales de compadrazgo.
Queda claro que se requiere un Poder Judicial fuerte, independiente y efectivo que pueda defendernos del abuso de los gobernantes. No hay sistema de primer mundo que no cuente con ello. Las libertades individuales se “garantizan” en la Constitución, se defienden en los tribunales.
Queda claro que repartir dinero no es combate a la pobreza, sobre todo si, por la otra bolsa, le quita el dinero a la educación, la salud, la infraestructura, la seguridad o la justicia. Queda muy claro que dar dinero nunca fue combate a la pobreza sino compra de votos…e impunidad.
Queda claro que no tenemos suficiente competencia política. Es indispensable quitarle el monopolio de la política a los partidos, cualquier ciudadano debe ser capaz de competir para cualquier puesto. Abramos el mercado político a todos.
Queda claro que cualquier sistema político que otorga o tolera demasiado poder en sus gobernantes no es un buen sistema. Nadie es dueño del municipio, el estado o el país. Si se siente dueño, algo anda mal. Necesitamos, acotar y dividir al poder para equilibrar al sistema. Más sociedad, menos gobierno. Pocas reglas, muy claras. Consecuencias para quien no las respete.
¿Queremos políticos honestos, valientes y modestos? Copiemos lo que otros países han hecho para fomentar la competencia política y económica, y para reducir el poder de los políticos.
Queda claro entonces que no queremos más de lo mismo y que lo que nos urge son políticos con capacidad de innovar y mejorar al sistema. Tenemos dos herramientas para eso: el voto y la vigilancia. Si no participamos, queda claro que los que fallaron no fueron los políticos, sino nosotros, los ciudadanos.